AMAR LA CASA
Habitar la casa y amarla. De eso se tratan estos días. De entender nuestra realidad y hacer las paces con ella. De ser la mejor versión de uno para afrontar la adversidad, y qué mejor lugar para hacerlo que el hogar. Hoy más que nunca la casa es nuestro más íntimo cómplice, sus muros se han convertido en los hombros en los que recargamos nuestras preocupaciones, sueños y esperanzas. Es también el espacio que nos ve dormir, alimentarnos, trabajar, conversar, reír... Al habitar nuestro santuario —de la forma en que lo hemos hecho últimamente— hemos regresado a lo más puro para revalorar los placeres sencillos de la vida que inundan el alma de paz y alegría (Pág. 48). Es en esta serenidad —la de habitar el hogar— en la que apreciamos…