TIRARSE A LA PISCINA
Las piscinas, al menos las que yo he conocido en mi infancia, nunca fueron un soporte artístico. Podían ser bonitas, refrescantes, líneas infinitas sobre el mar o las montañas, pero nunca lienzos. Hasta que descubrí, ya adulto, la obra del pintor británico David Hockney, con sus fondos azules y sus personajes hieráticos, melancólicos, hipnóticos. Se obsesionó con ellas en los años 60, cuando llegó a Los Ángeles desde la fría Inglaterra, y se zambulló de cabeza en el reto formal que significa representar el agua, “porque puede ser cualquier cosa, puede ser de cualquier color, es móvil, no tiene una descripción visual establecida”, en palabras del pintor. Al igual que Monet hizo con el estanque de Giverny, Hockney volvió una y otra vez sobre este tema: luz, reflejos, salpicaduras, profundidades,…