Desnivel No 425

La Pedriza, nuestra casa Probablemente no seas Guirles, ni Gálvez, ni Josechu, ni Snoopy, ni Papila… ni ningún otro u otra de los que salen en estas páginas. Puede que esa ausencia se deba a un olvido injusto y, por tu aportación y trayectoria, merezcas tu renglón en la rica y variada historia de la escalada en la Pedriza. Vayan nuestras disculpas por adelantado si este es el caso; ha sido difícil sintentizar en pocas páginas una historia tan llena de personajes únicos y apasionados. Es más probable que tu nombre no aparezca porque simplemente eres un pedricero más, una pedricera más de las que cada fin de semana de invierno cargan la mochila con toda la ilusión para enfrentarse a sus miedos en las lisas placas de granito (“Baja el…

EN ALGÚN MOMENTO hay que comenzar las historias y esta la vamos a empezar en 1935, cuando Ángel Tresaco, Teógenes Díaz y Juan Bautista Mato escalan la cara sur del Pájaro, abriendo con ello las puertas a la escalada de dificultad en la Pedriza. En realidad los inicios de la exploración pedricera suceden mucho antes, pues ya desde mediados del siglo XIX los intelectuales -destacando a Casiano del Prado, geólogo a quien se atribuye la primera ascensión al Yelmo- demostraron su interés por una sierra hasta entonces solo frecuentada por pastores. Con la nueva forma de entender la montaña que predicaba la Institución Libre de Enseñanza, con Giner de los Ríos al frente, se impulsó el conocimiento y la exploración de la Pedriza, trayendo grandes promotores alpinos como Bernaldo de…

FUE precisamente en la Pedriza donde Carlos se enamoró de la montaña, a los 14 años con Antonio Riaño, su amigo del barrio: «Yo, que ya estaba empezando a trabajar de tapicero, cosí una lona de una camioneta que nos prestaron y ahí pasamos nuestros primeros 15 días de acampada». No tardó en subirse por todas las clásicas de entonces, a la Cueva de la Mora, los Guerreros… De su escalada a la Sur del Pájaro, la vía para “graduarse” en la época, cuenta que «llevábamos un bote de leche cocida, que llamábamos “manjar de dioses” para comer durante la escalada, porque tardábamos un montón». Una de tus aperturas más destacadas fue la Norte de la Maza, ¿qué recuerdas? Fue hacia septiembre de 1965, porque recuerdo que estaba a punto de casarme…

EMPEZAMOS a ir a la Pedriza con 12 o 13 años, ni siquiera decíamos a nuestros padres dónde íbamos. Cogíamos el autobús de “la viuda” que salía de Plaza de Castilla y nos íbamos a Manzanares. Buscábamos la naturaleza, salir de la ciudad. Muchas veces dormíamos en “el esqueleto”, que era una casa en obras que había cerca del Tranco. Recuerdo que una de las primeras veces vimos a unos escaladores subiéndose por una piedra que había al lado de Casa Julián, que llamábamos “La Gallinita” y nos dejaron subirnos con unos estribos. Aquello fue lo más grande que había hecho en mi vida. Al domingo siguiente fuimos al ‘Gonza’ del Rastro a hacernos con el poco material que pudimos», son algunos de los recuerdos de los comienzos de Daniel…

LO que me atrajo de La Pedriza fue que me abrió los ojos a algo nuevo, pues vivía en un barrio de Madrid, y salir al monte y descubrir la escalada fue como una liberación, como decir “mira, la vida ya no es tan aburrida”. Al principio, con unos 15 o 16 años, lo que hacíamos era escalar sin cuerda, básicamente porque no teníamos, era muy cara. Subíamos por donde podíamos, por las chimeneas, los canalizos… Recuerdo una vez en la zona de El Indio que llegó un momento que no me atrevía a bajar de donde me había subido… ¡creo que ha sido uno de los momentos pedriceros más extremos que he vivido! Luego hicimos muchas otras escaladas de ese estilo, todavía con la bota gorda de invierno, que…

NADA más entrar en el apartamento-taller que Snoopy tiene en Aluche, su barrio de toda la vida, te das cuenta de que es un tipo especial. A un lado multitud de herramientas perfectamente ordenadas, al otro dos motos tipo Harley (durante unos años que no pudo escalar por problemas de espalda se dedicó a construirlas) y dentro, decoración con estilo y una amplia colección de música. No es lo que esperas de alguien que ha pasado toda la vida colgado en las rocas. Sus manos, en cambio, sí atestiguan años de exigencia en ínfimas regletas, en monodedos, haciendo tracciones sin medida… No puedo evitar preguntarle de dónde viene ese apodo tan poco “aguerrido” para un escalador y la explicación está en su afición por el béisbol de pequeño: en su…