Acariciar amapolas
ESTA tarde, durante una salida autorizada al supermercado, vi lo que creo que era un aguilucho planear por encima de los edificios de mi barrio, un barrio periférico de Madrid, de este Madrid de fantasmas que caminan de uno e uno por terrazas y azoteas. Me quedé embobado mirándolo, parado en medio de la amplia acera vacía y con las bolsas de la compra colgando de las manos, sorbiendo el último sol. Porque después de muchos días de cielos nublados, hoy, decimonosecuanto día de confinamiento, ha habido un atardecer limpio, de esos que sacan chispas de los bloques de ladrillo. Imaginé que el aguilucho –o lo que fuera que volaba sobre nuestras calles desiertas– encarnaba la libertad que han secuestrado unos tipejos esféricos que no miden más de 220 nanomilímetros…