El poder de la propaganda
Julio César no fue el primero. En época faraónica, Ramsés II se valió de su habilidad para encumbrar su figura, mediante su activa propaganda política y su afán constructor. Para engrandecer su fama, no dudó en usurpar edificios, inscripciones y estatuas de monarcas anteriores. Su recuerdo permanece imperecedero, como sucede con el de Alejandro Magno, otro maestro de la propaganda. El conquistador macedonio mandó colocar estatuas de su persona a lo largo de sus vastos dominios. De este modo, su presencia era visible, pese a la imposibilidad de estar físicamente en ellos. La estrategia de César fue más allá. Escribió sobre sí mismo y sobre sus hazañas para que toda Roma supiera lo grande que era. Y lo hizo en tercera persona, con palabras simples e ideas sencillas que llegaran a…