EL NIÑO QUE QUISO SER CONDE
Recuerdo con nitidez aquella clase de catequesis en un aula de mi colegio —la misma que ocuparía ya como alumno de COU media vida después—y también a un par de monitores que me parecían de lo más adulto, pero que, seguramente, ahora que me observo por este ojo de buey de la nostalgia, no serían ni siquiera mayores de edad. Como decía Salinger, un elefante no es grande en tanto que elefante, sino cuando lo comparas con un perro o una mujer —o un director de Vanity Fair a los nueve años—. Rodeando a aquellos dos catequistas nos encontrábamos un grupo de 10 o 12 muchachos a quienes nos tocó responder una pregunta sencilla de respuesta aún más sencilla. “De mayores, todos querréis pareceros a vuestro padre, ¿verdad?”. Hace 30…