La magia del cine
Antes de aterrizar en Vanity Fair cubrí más de 10 galas de los Oscar en directo. No a pie de alfombra roja, pero sí en una redacción digital aguzando el oído, buscando la reacción inesperada, la paradoja informativa, el enfoque viral. También analizando indumentarias y los distintos palmarés. Previo a aquello, tampoco me perdí ninguna desde 1996, año en el que se impuso Braveheart. Aquellas últimas ceremonias de los noventa las vivía con la emoción con la que un futbolista se anuda los cordones los minutos previos a jugar la final de la Champions. Hacía acopio de cafeína y ganchitos, y trabajaba siempre con tres listas en paralelo: la de los artistas que reconocía en los canutazos previos; mi quiniela de quién quería que ganara y la quiniela —más realista—que…