EDITORIAL
SOBRE FALSOS PROFETAS Y PRESTIDIGITADORES Tengo que reconocerlo. Siento una extraña, casi enfermiza, fascinación por los negacionistas de toda índole y condición. Oscila entre esa sensación que te eriza el vello de la nuca una tarde lluviosa mientras acabas cualquier novela de Stephen King y la rabia profunda que sientes al descubrir que, una vez más, alguien —léase un ratero en el transporte público o un gobierno que luego hace caso omiso de las necesidades más básicas de la gente— te mete la mano en el bolsillo. Los negacionistas son una fauna compleja que cree en las verdades más insólitas debido a razones peregrinas o decididamente interesadas. No es lo mismo negar que la Tierra es redonda que negar el Holocausto, por poner dos ejemplos clarísimamente demostrados por las evidencias físicas…