Mi primer… ¿fracaso?
Sobre si el emprendedor nace o se hace hay tantas hipótesis como microplásticos en el océano. Antes de cumplir los 30, tras el cierre de el diario El Sol, la juventud me quemaba y decidí montar una pequeña agencia de servicios editoriales a la que bauticé Shout, como la vieja canción de los Isley Brothers (por entonces bastaba con tener una licencia fiscal; solo con recordar su nombre ya se me mueven los pies). Me gustaba la idea de que mis servicios sirviesen para “gritarle” (shout!) al mundo nuestro trabajo. Fue un chasco: ninguno de mis clientes conocía la canción y cuando me di cuenta –tras decenas de citas presentando la propuesta– era ya tarde. Cometí varios errores y recuerdo todavía muchos de ellos: gasté buena parte de mi liquidez…