¡QUE ME PARTA UN RAYO!
QUE ME PARTA UN RAYO!”. Dicho así, en primera persona, es puro egoísmo; ahora lo explico. Si se lo deseas a alguien y Zeus te escucha y le manda un calambrazo (de entre 1.000 y 10.000 millones de julios) le estás deseando suerte. Porque si no lo achicharra –los hay que sobreviven–, el exabrupto es un cariñito, un aviso de que si llegara a partirlo (una probabilidad entre 30 millones) ya tendría más opciones de que le tocase el Euromillón (una entre 75 millones). Gammers somos todos. Jugamos por una ilusión no por una posibilidad. El precio de la apuesta es el coste de mantener viva una llamita de cambio. La publicidad de los juegos de azar en la radio lo borda. Garantizan que si te toca cambiarás de vida, pero…